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Es evidente, la historia y nuestra propia experiencia lo ha demostrado, que la educación hace parte de la cultura (¡de todas las Culturas!) y es un instrumento para la socialización de la misma; es decir la educación se convertido en transmisora total de la cultura, es el medio donde se transmiten y se comparten la esencia de las formas de vida, de pensar y de actuar en la sociedad. Además, la cultura necesita un proceso educativo que depende de las características propias de cada una de ellas. Es verdad que la cultura forma el pensamiento, pero a su vez el pensamiento forma las culturas. El pensamiento es un pensamiento que actúa y que actuando se crea.
Las culturas y sus procesos educacionales (como determinación esencial y como instrumento de su reproducción) pueden estar o no insertas en una civilización, comprendida esta última en su sentido amplio, es decir, como la define Braudel: “Las civilizaciones son espacios (tierras, relieves, climas, vegetaciones, especies animales, etc) son un aire cultural (un interior en donde se encuentra dominante la asociación de ciertos rasgos culturales), son fronteras fijas y permeables (para que los bienes culturales partan y entren), son sociedades (las dos nociones se refieren a la misma realidad), son una red de ciudades ( en oposición a la sociedad del campo), son economías (los hombres las han construido con la fuerza de sus brazos y de sus manos y el desarrollo de sus capacidades intelectuales a través del trabajo), son mentalidades colectivas (unas representaciones del mundo, y de la sociedad en donde la religión es un rasgo fuerte), son continuidades (que se expresan en el tiempo histórico construyéndose en permanencia como estructuras, en una larga duración) etc.” y la educación es un escenario en que las relaciones se den, se transmite cultura y se construya cultura.
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