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El imaginario del niño en nuestros días ha evolucionado y por lo tanto se ha buscado desde perspectivas progresistas que sea el centro de los programas educativos y darle su propia personalidad y posibilidad de desarrollo.
“La humanidad tiene su lugar en el orden de las cosas; la infancia tiene también el
suyo en el orden de la vida humana, es preciso considerar al hombre en el hombre
al niño en el niño”. “Cada edad y cada estado de la vida tiene su perfección
conveniente, su peculiar madurez”.
esto ha dado numerosos resultado en los que se encuntra la proliferación de instituciones de educación temprana, aunada a los programas de atención y seguridad social, como hospitales materno-infantiles, campañas de integración familiar y desarrollo comunitario, han auspiciado la intervención de especialistas en disciplinas diversas como pedagogos, pediatras, psicólogos, trabajadores sociales, nutriologos, etc. Todos ellos han visto la oportunidad de aportar su saber a esta educación de antigua competencia exclusiva de la madre.
La educación de los niños constituye, ahora, un campo de ejercicio profesional muy
Importante en nuestros días.
Pero los padres de familia y los educadores que tienen trato directo con los niños pequeños plantan hoy grandes cuestiones en torno al desarrollo y comportamiento del infante. Los padres y educadores se sienten más o menos competentes ante las adquisiciones y conquistas intelectuales y motoras del niño.
La atención de sus necesidades físicas, no reviste mayor problema en el trabajo educador. Sin embargo, hay un ámbito de atención que trastoca los pilares y soportes de esa tradicional imagen del niño que se ha heredado y convenido con regocijo. A saber, el comportamiento emocional que, pese a constituir un ámbito especifico de la taxonomía del desarrollo humano, no deja de afectar la integridad total del pequeño: su inteligencia, su alimentación, sus inter-relaciones sociales, etc.
Lo que antiguamente parecía excepción a los padres cuando su hijo se desviaba de la imagen convencional de la niñez, constituía a lo sumo un anecdótico secreto familiar. Temerosa la familia de que su hijo fuera un menesteroso, un pervertido, un trastornado, evitaba divulgarlo y consultar al respecto. Pero ahora con la institucionalización de la educación infantil, estos fenómenos se corroboran a cada momento en la generalidad de los niños.
Tanto los educadores de profesión como los propios progenitores, se sienten desorientados ante las manifestaciones conductuales del pequeño, que no siempre son racionales ni congruentes desde su punto de vista.
De las disciplinas que intervienen en la educación temprana, es la psicología la que se ve directamente implicada y la que debe afrontar la intervención requerida. Es la psicología la que enfrenta el reto de contribuir a transformar la concepción tradicional del niño. Es la que está influyendo, aprovechando las nuevas condiciones de relaciones intrafamiliares, las instituciones de educación inicial, los medios masivos escritos y electrónicos de divulgación social, las instituciones especializadas de asistencia infantil y familiar.
La niñez: fase crítica del desarrollo, e importante en la formación sin sexualidad, sin odios, el niño revestido de inocencia. Con ausencia de conflictos efectivos y, por tanto, la no trascendencia de sus disgustos, sus frustraciones, etc.
La etapa de plenitud y felicidad que a la niñez se atribuye es una imagen que corresponde a un paraíso perdido. Asumir la realidad no es fácil, las resistencias son mayores.
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